UNA DEMOCRACIA DEMOCRÁTICA
Por Jorge Rachid
jorgerachid2003@yahoo.com.ar
El título puede llamar a confusión, es más: puede parecer contradictorio o redundante, pero el análisis del correlato histórico de los procesos políticos que cambiaron el curso de los tiempos en nuestro país, demostró que la incorporación de nuevos actores sociales y políticos, vivificó nuestra identidad como Nación e imprimió las páginas más brillantes de la historia argentina.
La crisis del 2001 desnudó de forma abrupta, cataclísmica la carencia de las organizaciones políticas en cuanto a contener e interpretar la realidad de lo que estaba aconteciendo, desde 1976 a esa fecha. En efecto, los partidos políticos sin excepción sumados al llamado Consenso de Washington con su correlato económico del mercado como ordenador social –erigido como dios absoluto y garante de la supuesta democracia en curso–, apoyado en un basamento ideológico, pasivamente aceptado –con honrosas excepciones– por la dirigencia en general, de discurso único apuntalando el mamarracho del “Fin de las Ideologías”, libelo exhibido impunemente en el mundo como la panacea del pensamiento moderno y globalizador. Esa dirigencia aún vigente que no ha transitado una muesca de autocrítica y que no acierta en recuperar el pensamiento crítico, se autodesigna protagonista excluyente de la construcción del nuevo modelo social.
El movimiento obrero organizado –que dio batallas memorables desde los 90 en pos de derrotar el neoliberalismo cultural y económico– más la incorporación de la juventud a la militancia política, son dos elementos inescindibles de la construcción del mapa político argentino, que ha cambiado su paradigma en estos últimos siete años a partir de dos elementos centrales de su accionar: la política como herramienta de construcción social y económica de un nuevo modelo de país más justo y el Estado como garante y ordenador social y económico de las decisiones del poder republicano.
Sin embargo, está faltando un actor central, imprescindible en la interpretación de la realidad, un emergente de las luchas por visibilizar las masas desplazadas por la lógica economicista a las banquinas de la historia, empobrecidas y humilladas, despreciadas e ignoradas en la fiesta frívola de los colonizados mentales de los 90. Los movimientos sociales se constituyeron primero en la contención del fenómeno de pauperización social y diáspora, para pasar a la etapa superior de la organización como factor de presión social y política, cuestión que lograron en la comprensión de una realidad ignorada por la dirigencia política que pasó de negarla a intentar su utilización prebendaria.
Luego vino la etapa de la organización social y política ya no como factor de presión, sino como herramienta de construcción de nuevas alternativas sociales y productivas en un nuevo ciclo inaugurado por el expresidente fallecido, quien comprendió desde lo profundo del peronismo, que una nueva realidad golpeaba las puertas de la historia, como antes los inmigrantes, luego los desplazados del interior a las periferias urbanas y por último los trabajadores.
Cada uno de estos fenómenos fueron eslabones importantes en la construcción del modelo social solidario que dominó la Argentina durante el siglo XX, sólo suprimido por los golpes de Estado generados por la reacción del poder oligárquico.
Hoy los movimientos sociales definen en su participación política si la democracia es flaca o si es plena en la interpretación de la realidad: si es una democracia limitada al mercado –como lo fue desde el 83 al 2003–, o se democratiza el poder con el acceso de los nuevos actores sociales.
No es casual que los principales blancos de los ataques del poder económico se centren despreciativamente en los “negritos con poder”, como el líder de la CGT y el titular de la Federación de Tierras y Vivienda y la Central de Movimientos Populares, entre otros tantos como Tupac, Movimiento Campesino Indígena, Evita, Octubre, Segundo Centenario y mas.. Son los supuestos fantasmas que agita el establishment económico para impedir el acceso al poder de los nuevos actores–a quienes agrega ahora a los jóvenes– tratando de repetir viejas historias de desencuentros, intentando estigmatizar, como si la película retrocediese en el tiempo.
Nada daña más profundamente los objetivos de los sectores liberales, ligados a una mirada del mundo dictada por los poderes imperiales, como lo demostró recientemente la reunión en nuestro país de Mont Pelerín, expresión acabada de la gestación de los “golpes blancos” en América Latina y de la desestabilización de los gobiernos populares por cualquier método, que la presencia protagónica del pueblo organizado.
De ahí surge la necesidad de impedir el avance de los sectores populares en los procesos políticos. Se los puede tolerar según el republicanismo ultramontano global, aún en las prebendas; se los puede ayudar en sus necesidades, se puede ejercer sobre ellos métodos de coaptación económica, pero jamás se les pueden abrir las puertas de la decisión política ni de la gestión, ya que comprometen estratégicamente sus proyectos hegemónicos oligárquicos.
De allí la importancia de que tanto los jóvenes comprometidos con el proceso emancipador de caminos abiertos –como los trabajadores organizados y las organizaciones sociales– formulen y consoliden posiciones de conducción y protagonismo político, que impriman en esta nueva etapa el mapa solidario, impregnado de compromiso social y voluntad política de construcción de una sociedad más justa.
Esta batalla se está librando en este momento. Quienes pretendan juntar masa crítica con los trabajadores, jóvenes o movimientos sociales pero sin salir en la foto, están especulando electoralmente; quienes piden apoyo pero niegan su existencia a los movimientos sociales usan la misma táctica de uso prebendario de la vieja política. Los partidos, si quieren modernizarse y volver a encantar, deberán reconocer, aceptar y contener las nuevas realidades, antes que llorar el dolor de ya no ser.
“No se puede tapar el sol con un arnés”, es un decir bíblico. No se puede ignorar la realidad porque tarde o temprano ésta se expresa en formas aluvionales, memoria de las muchas que tiene nuestra historia, construídas por la conciencia colectiva del pueblo argentino y que dieron lugar a nuevos paradigmas y nuevas realidades.
Por Jorge Rachid
jorgerachid2003@yahoo.com.ar
El título puede llamar a confusión, es más: puede parecer contradictorio o redundante, pero el análisis del correlato histórico de los procesos políticos que cambiaron el curso de los tiempos en nuestro país, demostró que la incorporación de nuevos actores sociales y políticos, vivificó nuestra identidad como Nación e imprimió las páginas más brillantes de la historia argentina.
La crisis del 2001 desnudó de forma abrupta, cataclísmica la carencia de las organizaciones políticas en cuanto a contener e interpretar la realidad de lo que estaba aconteciendo, desde 1976 a esa fecha. En efecto, los partidos políticos sin excepción sumados al llamado Consenso de Washington con su correlato económico del mercado como ordenador social –erigido como dios absoluto y garante de la supuesta democracia en curso–, apoyado en un basamento ideológico, pasivamente aceptado –con honrosas excepciones– por la dirigencia en general, de discurso único apuntalando el mamarracho del “Fin de las Ideologías”, libelo exhibido impunemente en el mundo como la panacea del pensamiento moderno y globalizador. Esa dirigencia aún vigente que no ha transitado una muesca de autocrítica y que no acierta en recuperar el pensamiento crítico, se autodesigna protagonista excluyente de la construcción del nuevo modelo social.
El movimiento obrero organizado –que dio batallas memorables desde los 90 en pos de derrotar el neoliberalismo cultural y económico– más la incorporación de la juventud a la militancia política, son dos elementos inescindibles de la construcción del mapa político argentino, que ha cambiado su paradigma en estos últimos siete años a partir de dos elementos centrales de su accionar: la política como herramienta de construcción social y económica de un nuevo modelo de país más justo y el Estado como garante y ordenador social y económico de las decisiones del poder republicano.
Sin embargo, está faltando un actor central, imprescindible en la interpretación de la realidad, un emergente de las luchas por visibilizar las masas desplazadas por la lógica economicista a las banquinas de la historia, empobrecidas y humilladas, despreciadas e ignoradas en la fiesta frívola de los colonizados mentales de los 90. Los movimientos sociales se constituyeron primero en la contención del fenómeno de pauperización social y diáspora, para pasar a la etapa superior de la organización como factor de presión social y política, cuestión que lograron en la comprensión de una realidad ignorada por la dirigencia política que pasó de negarla a intentar su utilización prebendaria.
Luego vino la etapa de la organización social y política ya no como factor de presión, sino como herramienta de construcción de nuevas alternativas sociales y productivas en un nuevo ciclo inaugurado por el expresidente fallecido, quien comprendió desde lo profundo del peronismo, que una nueva realidad golpeaba las puertas de la historia, como antes los inmigrantes, luego los desplazados del interior a las periferias urbanas y por último los trabajadores.
Cada uno de estos fenómenos fueron eslabones importantes en la construcción del modelo social solidario que dominó la Argentina durante el siglo XX, sólo suprimido por los golpes de Estado generados por la reacción del poder oligárquico.
Hoy los movimientos sociales definen en su participación política si la democracia es flaca o si es plena en la interpretación de la realidad: si es una democracia limitada al mercado –como lo fue desde el 83 al 2003–, o se democratiza el poder con el acceso de los nuevos actores sociales.
No es casual que los principales blancos de los ataques del poder económico se centren despreciativamente en los “negritos con poder”, como el líder de la CGT y el titular de la Federación de Tierras y Vivienda y la Central de Movimientos Populares, entre otros tantos como Tupac, Movimiento Campesino Indígena, Evita, Octubre, Segundo Centenario y mas.. Son los supuestos fantasmas que agita el establishment económico para impedir el acceso al poder de los nuevos actores–a quienes agrega ahora a los jóvenes– tratando de repetir viejas historias de desencuentros, intentando estigmatizar, como si la película retrocediese en el tiempo.
Nada daña más profundamente los objetivos de los sectores liberales, ligados a una mirada del mundo dictada por los poderes imperiales, como lo demostró recientemente la reunión en nuestro país de Mont Pelerín, expresión acabada de la gestación de los “golpes blancos” en América Latina y de la desestabilización de los gobiernos populares por cualquier método, que la presencia protagónica del pueblo organizado.
De ahí surge la necesidad de impedir el avance de los sectores populares en los procesos políticos. Se los puede tolerar según el republicanismo ultramontano global, aún en las prebendas; se los puede ayudar en sus necesidades, se puede ejercer sobre ellos métodos de coaptación económica, pero jamás se les pueden abrir las puertas de la decisión política ni de la gestión, ya que comprometen estratégicamente sus proyectos hegemónicos oligárquicos.
De allí la importancia de que tanto los jóvenes comprometidos con el proceso emancipador de caminos abiertos –como los trabajadores organizados y las organizaciones sociales– formulen y consoliden posiciones de conducción y protagonismo político, que impriman en esta nueva etapa el mapa solidario, impregnado de compromiso social y voluntad política de construcción de una sociedad más justa.
Esta batalla se está librando en este momento. Quienes pretendan juntar masa crítica con los trabajadores, jóvenes o movimientos sociales pero sin salir en la foto, están especulando electoralmente; quienes piden apoyo pero niegan su existencia a los movimientos sociales usan la misma táctica de uso prebendario de la vieja política. Los partidos, si quieren modernizarse y volver a encantar, deberán reconocer, aceptar y contener las nuevas realidades, antes que llorar el dolor de ya no ser.
“No se puede tapar el sol con un arnés”, es un decir bíblico. No se puede ignorar la realidad porque tarde o temprano ésta se expresa en formas aluvionales, memoria de las muchas que tiene nuestra historia, construídas por la conciencia colectiva del pueblo argentino y que dieron lugar a nuevos paradigmas y nuevas realidades.
No hay comentarios:
Publicar un comentario