EL NARRADOR OCULTO EN LOS PERSONAJES
Por: Nicolás Hidrogo Navarro*
La narración de por sí sola es un río que caudalea sus propias historias, muestra el rumor de sus olas visibles en superficie, pero esconde en sus aguas profundas al propio narradios; golpetea las riberas de las emociones con los argumentos y la construcción de sus personajes y abre un lecho argumental en cada uno de las emociones de los lectores.
La tercera persona sirve para ocultar a la primera y crear una supuesta independencia y anonimato, pero en ella se esconden las tribulaciones y las aspiraciones truncas, las convicciones políticas, las bajas pasiones, las frustraciones y lo que este no pudo ser. El narrador siempre se encuentra transfigurado en cada personaje, adoptando un matiz propio o dando un indicio de algo del creador. Esto quizá sea uno de los misterios insondables a la hora de aventurar una crítica interpretativa. Nada es certero si la construcción de un personaje es el prototipo ideal o el subconsciente del propio creador convertido por obra y gracia en un antihéroe.
Narrar te da la categoría de un pequeño dios atribulado: das la vida y despojas de ella a quienes te plazca, literariamente. Puedes esconder datos personales y reales, como escamotearlos y hacer una fusión de ellas hasta desaparecer y confundidor la realidad con la imaginación y fantasía: al final de todo ese proceso de entrucamiento, tienes un producto: literatura, que no es ni verdad ni mentira, que no estás obligado a demostrar la veracidad ni la denotatividad de las cosas. Siempre hay una tentación de utilizar el elemento autobiográfico como parte del menú literario ofrecido a los lectores, a veces funciona, pero casi siempre al final, cuando el escritor llega a vender una imagen de genialidad o grandeza, antes no. Sin embargo, en todo texto que se precie de poseer una fuerte dosis experiencial, siempre hay un narrador escondido, que muchas veces se disfraza por no parecer ni tan pacato que todos nos decepcionemos de él ni tan calidoscópico que nadie se fije en él. Es que no hay hecho narrado más emocionante que aquel en la que no haya una intervención directa del narrador, pues las cosas vividas tienen mayor nudo y pasión que aquellas donde todo se supone, invenciona o imagina. Esto podría parecer una contraposición a la literatura de ciencia ficción, sin embargo un lector humanizado encuentra entre los muertos literarios un mejor sabor a carne que a hojalatas o hierros retorcidos o un fantasmagórico “quite de la vida”.
Estar y no parecerlo, es quizá una de las maravillas del narrador tácito, pues no sólo crea la intriga sino que aumenta la curiosidad y la motivación de un lector sobreavisado que espera husmear entre las hojas y los párrafos algún signo de quién puede ser juez y parte de un mundo de ficción.
Hay cierta gloria en el narrar, pueden utilizarse con mucha licencia los elementos anecdóticos, ficcionales, vivenciales, emotivos, biográficos y licuarlos de tal manera que salga todo un caldo tan mullido que el lector no atiene a diferenciar un ingrediente del otro: entre la verdad denotativa y la mentira connotativa o literaria. Muchos lectores, carentes de nociones narratológicas cuestionan la vida o la muerte, los hechos o sucesos de los protagonistas con tan juicio y contundencia que es como que estuvieran viendo frente a sus ojos una verdad que sólo le corresponde al mundo de la ficción y se olvidan que no todo es probable en literatura y que ella está poblada de triquiñuelas y de mentiras verdaderas. Algo así como cuando éramos niños y creíamos que las cosas del cine eran ciertas tal como lo registra la cámara, pero que terminábamos desengañados cuando veíamos aparecer al mismo actor que en una película pasada fue arrollado y triturado por un tren y que ahora “regresa como si nada hubiera pasado”. Es obvio que aún en nuestro subconsciente, el lector o espectador, se resiste a creer que tanto en literatura como en el cine: todos son construcciones verbales o icnográficas.
Muchas veces iniciar un cuento puede oscilar entre relatar sin planificar, lo que salga y hasta donde llegue la inspiración de la imaginación, o un suceso que viene bullendo en la imaginación y molestosamente como un moscardón, día y noche, meses o años quizás, puede estar gravitando en la órbita de la espera del añejamiento hasta que no se vea vaciado en una gran masa estructurada y disponible para ser leído por los demás, después de pasar por la simbiosis de un ser imperfecto o amorfo hasta ser convertido en una pieza exhibible.
niciar y terminar un cuento, que esté al gusto de uno y de los demás, puede ser quizás una de las aventuras creativas más sorprendentes y prodigiosas, casi como ver nacer de una crisálida una mariposa, casi como ver parir de un diablo, un ángel.
* Mi malditismo literario consiste en decir lo que quiero decir y hacer lo que quiero hacer, sin calcular nada ni de nadie y sin tratar de quedar bien con mis amigos o vecinos o complacer a algún hipócrita lector. La literatura es mi enfermiza pasión, mi droga sin marihuana ni alcohol, sin diablos azules fingidos ni neurosis ficcionada y al puto carajo al comunismo y capitalismo.
Por: Nicolás Hidrogo Navarro*
La narración de por sí sola es un río que caudalea sus propias historias, muestra el rumor de sus olas visibles en superficie, pero esconde en sus aguas profundas al propio narradios; golpetea las riberas de las emociones con los argumentos y la construcción de sus personajes y abre un lecho argumental en cada uno de las emociones de los lectores.
La tercera persona sirve para ocultar a la primera y crear una supuesta independencia y anonimato, pero en ella se esconden las tribulaciones y las aspiraciones truncas, las convicciones políticas, las bajas pasiones, las frustraciones y lo que este no pudo ser. El narrador siempre se encuentra transfigurado en cada personaje, adoptando un matiz propio o dando un indicio de algo del creador. Esto quizá sea uno de los misterios insondables a la hora de aventurar una crítica interpretativa. Nada es certero si la construcción de un personaje es el prototipo ideal o el subconsciente del propio creador convertido por obra y gracia en un antihéroe.
Narrar te da la categoría de un pequeño dios atribulado: das la vida y despojas de ella a quienes te plazca, literariamente. Puedes esconder datos personales y reales, como escamotearlos y hacer una fusión de ellas hasta desaparecer y confundidor la realidad con la imaginación y fantasía: al final de todo ese proceso de entrucamiento, tienes un producto: literatura, que no es ni verdad ni mentira, que no estás obligado a demostrar la veracidad ni la denotatividad de las cosas. Siempre hay una tentación de utilizar el elemento autobiográfico como parte del menú literario ofrecido a los lectores, a veces funciona, pero casi siempre al final, cuando el escritor llega a vender una imagen de genialidad o grandeza, antes no. Sin embargo, en todo texto que se precie de poseer una fuerte dosis experiencial, siempre hay un narrador escondido, que muchas veces se disfraza por no parecer ni tan pacato que todos nos decepcionemos de él ni tan calidoscópico que nadie se fije en él. Es que no hay hecho narrado más emocionante que aquel en la que no haya una intervención directa del narrador, pues las cosas vividas tienen mayor nudo y pasión que aquellas donde todo se supone, invenciona o imagina. Esto podría parecer una contraposición a la literatura de ciencia ficción, sin embargo un lector humanizado encuentra entre los muertos literarios un mejor sabor a carne que a hojalatas o hierros retorcidos o un fantasmagórico “quite de la vida”.
Estar y no parecerlo, es quizá una de las maravillas del narrador tácito, pues no sólo crea la intriga sino que aumenta la curiosidad y la motivación de un lector sobreavisado que espera husmear entre las hojas y los párrafos algún signo de quién puede ser juez y parte de un mundo de ficción.
Hay cierta gloria en el narrar, pueden utilizarse con mucha licencia los elementos anecdóticos, ficcionales, vivenciales, emotivos, biográficos y licuarlos de tal manera que salga todo un caldo tan mullido que el lector no atiene a diferenciar un ingrediente del otro: entre la verdad denotativa y la mentira connotativa o literaria. Muchos lectores, carentes de nociones narratológicas cuestionan la vida o la muerte, los hechos o sucesos de los protagonistas con tan juicio y contundencia que es como que estuvieran viendo frente a sus ojos una verdad que sólo le corresponde al mundo de la ficción y se olvidan que no todo es probable en literatura y que ella está poblada de triquiñuelas y de mentiras verdaderas. Algo así como cuando éramos niños y creíamos que las cosas del cine eran ciertas tal como lo registra la cámara, pero que terminábamos desengañados cuando veíamos aparecer al mismo actor que en una película pasada fue arrollado y triturado por un tren y que ahora “regresa como si nada hubiera pasado”. Es obvio que aún en nuestro subconsciente, el lector o espectador, se resiste a creer que tanto en literatura como en el cine: todos son construcciones verbales o icnográficas.
Muchas veces iniciar un cuento puede oscilar entre relatar sin planificar, lo que salga y hasta donde llegue la inspiración de la imaginación, o un suceso que viene bullendo en la imaginación y molestosamente como un moscardón, día y noche, meses o años quizás, puede estar gravitando en la órbita de la espera del añejamiento hasta que no se vea vaciado en una gran masa estructurada y disponible para ser leído por los demás, después de pasar por la simbiosis de un ser imperfecto o amorfo hasta ser convertido en una pieza exhibible.
niciar y terminar un cuento, que esté al gusto de uno y de los demás, puede ser quizás una de las aventuras creativas más sorprendentes y prodigiosas, casi como ver nacer de una crisálida una mariposa, casi como ver parir de un diablo, un ángel.
* Mi malditismo literario consiste en decir lo que quiero decir y hacer lo que quiero hacer, sin calcular nada ni de nadie y sin tratar de quedar bien con mis amigos o vecinos o complacer a algún hipócrita lector. La literatura es mi enfermiza pasión, mi droga sin marihuana ni alcohol, sin diablos azules fingidos ni neurosis ficcionada y al puto carajo al comunismo y capitalismo.
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