martes, 28 de junio de 2011

TEORÍA FUNCIONALISTA Y ESTRUCTURALISMO:

EL CONFLICTO SOCIAL
Por: Johnny Montalvo Falcón
La “Teoría del Conflicto” surgió en la década de los sesenta del siglo pasado y constituyó una respuesta a las tesis liberales de Talcott Parsons sobre la acción social. En general, para entender cualquier lógica del “conflicto social” siempre los sociólogos han tenido que leer a Max Weber, Talcott Parsons, Charles Wright Mills y Lewis Coser, entre otros científicos sociales. Las líneas maestras de sus investigaciones concluyen que todo conflicto social supone la contraposición de intereses en juego que si siguen una fase de “escalada” promueven el “cambio” que en cualquier caso se realiza contra “intereses establecidos”. La diferencia entre quienes continúan la lógica del conflicto establecida por Karl Marx y su “Lucha de Clases”, y quienes tienden a que prevalezca “la paz social” o el “Orden social” en base a procesos de cambio que podrían ser institucionalizados observando a todo conflicto como un factor contrario al orden y la legitimidad o como una “anomia social” que explicaría la profundidad de los conflictos, es la importancia vital que se da a cada uno de los focos principales de atención de cada teoría. En las corrientes sociológicas de izquierda que tienen su base fundamental en la Escuela de Frankfurt y el estructural funcionalismo norteamericano predomina el conflicto como componente de un proceso de cambios de la sociedad en su conjunto (en realidad sólo es una elaboración más profunda de la clásica tesis de Marx sobre la lucha de clases y la dialéctica de los procesos de cambio en la Historia). Parsons, Mills y Coser sobre todo, observaran que la lógica de los conflictos no necesariamente llevan a la transformación de la sociedad ya que cada época o sociedad busca un “consenso de valores” sobre los que está cimentada la famosa legitimidad weberiana. El “orden social” se consigue a través de la permanente transformación o sustitución de esos valores de consenso que evitan que los individuos entren en guerra “los unos contra los otros” como se establece en el estado de Naturaleza de Hobbes.
En cualquier caso, el “conflicto social” es una realidad que en países en construcción amenazan cada periodo de tiempo las estructuras de poder y sobre todo, si son canalizadas por sectores políticos que buscan la transformación de la sociedad podrían devenir en transformaciones institucionales que en su etapa “larvaria” no eran esperadas. Por esta razón, las sociedades como la nuestra cuentan con sistemas de monitoreo y evaluación permanente del conflicto social. Este nace por una innegable situación de injusticia o de desaprobación por parte de algún sector de la sociedad o conjunto de individuos. Según las teorías sociológicas mencionadas más atrás el conflicto social tiene su propia lógica de desarrollo. En cualquier caso se debería evitar siempre su fase de “escalada” que es desde donde se podrían expandir diversas opciones como la de la transformación revolucionaria de la sociedad en su conjunto. La lógica marxista del proceso de acumulación de fuerzas para tomar el poder subyace en la necesidad de exacerbar el conflicto social. Esto explica porque siempre los líderes de las asonadas violentistas y delincuenciales que han ocurrido a lo largo y ancho del país en los últimos años tienen o han tenido formación marxista. Todo el mundo sabe que los Frentes de Defensa son creación del Partido Comunista del Perú, Patria Roja, allá por los años ochenta del siglo pasado. Muchos emerretistas y exsenderistas que dejaron las armas se han plegado a ese conglomerado de fuerzas que incluyen a contrabandistas, mineros informales, narcotraficantes y junto a los etnocaceristas han provocado la mayoría de protestas sociales de los últimos años. Los estudiosos de las Ciencias Sociales han explicado estos fenómenos desde varias perspectivas, pero cuando estalla la violencia de la manera que ha estallado en Puno las soluciones “teóricas” llevan al fracaso cualquier política que no tienda a restablecer el orden y la paz social propuestos por Parsons, el eternamente criticado por todas las escuelas sociológicas de izquierda.
Puno es un ejemplo de la anomia social permanente en que vive el Perú. Se tiene a la Defensoría del Pueblo y a la Oficina de Conflictos Sociales de la Presidencia del Consejo de Ministros que trabajan sin ningún tipo de coordinación con el Ministerio del Interior para la prevención y control de los conflictos sociales. Hay buenos informes, miles de investigaciones, cientos de páginas escritas por nuestros mejores científicos sociales y hasta elementos de inteligencia que trabajan en los focos de conflictividad, pero siempre sucede lo mismo. La violencia nos hace retroceder a la barbarie. Una señora que fue de izquierda, y en este sentido, de alguna manera vinculada a esta enorme tasa de conflictividad social que vive nuestro país por haber inoculado la semilla de la protesta “por protestar” y “acelerar las contradicciones del sistema capitalista”, me refiero a doña Martha Giraldo ha sido publicitada por casi todos los editorialistas en estos días al referirnos que las protestas de Puno obedecen también a oscuros intereses de agentes delincuenciales (contrabandistas, mineros informales y narcotraficantes incluidos) que buscan que el orden y la paz social de Parsons no tengan cabida allí en el Altiplano puneño. En cualquier caso, el restablecimiento del Ius Imperium del Estado es algo que tendrá que manejar con mucho cuidado el próximo Presidente porque el saliente ha demostrado que es un experto en multiplicar conflictos, en exacerbar la protesta y en bajarse los pantalones cuando no pude hacer frente a la escalada de la violencia social. Los muertos en Puno dejan ensangrentadas las manos de Alan García. No olvidemos nunca como hasta el final de su segundo Gobierno no supo manejar las protestas sociales, las basadas en demandas justas y las que no tenían razón de ser como parece fueron los casos de Puno y Huancavelica.

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