TOTAL, ¿QUIÉN GANO LAS ELECCIONES?
Escribe César Hildebrandt
En el país de las maravillas, donde el relojero siempre da la misma hora y el sombrerero no es loco sino bobo, los ganadores dan explicaciones y los perdedores las exigen. Y la reina de la bara¬ja, disfrazada de Cecilia Blume, continúa, impertérrita, su reinado de terror.
Gana Humala y lo primero que hace canal 4 es llamar a PPK, ese lobista sin vergüenza alguna, a que dictamine. Y durante 45 minutos PPK decide que el miedo se instalará entre nosotros, que la Bolsa —esa santa entidad que muchas veces, sin embargo, guarece a especuladores súbitos y pendejos a lo Bernard Madoff— bajará hasta el segundo subsótano y que viviremos por un buen tiempo caminando por la cornisa de un edificio zarandeado por el viento de Chicago.
¿Así? ¿De verdad? ¡Qué miedo! En¬tonces la señora que hace de mami¬ta del sistema y el señor que hace de guachimán de Buenaventura le pre¬guntan a PPK qué hacer. Y entonces este lobista dos veces derrotado, este sujeto que Alan García inventó para que Toledo no se vengara investigán¬dolo, este operador de la política en¬tendida como negocio, da su veredic¬to imparcial.
"Que Humala dé muestras de con¬fianza", dice.
Y la señora y el señor, que odian a Humala tanto como aman su propia e inmóvil servidumbre, acatan, aplau¬den, repreguntan y azuzan.
En suma: Humala debe decirnos qué va a hacer con el BCR —como si con el Banco Central se pudiera hacer algo que no esté contemplado por la ley que, felizmente, lo blinda—, qué hará con el Estado —como si con el Estado se pudiera hacer algo más que fortalecerlo después de que los liberales lo han masa¬crado hasta casi desaparecerlo—, y además, quién será su primer minis¬tro, quién se hará cargo de economía, quién del comercio exterior, en qué manos estará la Sunat —no vayan a usarla como arma política, dicen los ladrones del fujimorismo, los que crearon "el RUC sensible" y el maletín delivey—, y qué se hará con la mine¬ría, pobrecita, que ya tiembla y suda. Y agregan que Humala tiene que ju¬rar que "el sistema" no será tocado, porque si no los capitales se irán y las inversiones nos dirán adiosito desde la ventana de un jet privado.
O sea, lo de siempre: que la derecha gana cuando gana y la derecha gana cuando pierde. Y su arma de des¬trucción masiva es el miedo: gana cuando ha asustado lo suficiente y, cuando pierde, infunde tal pavor al adversario que termina por incorporarlo a sus filas y a sus programas preservantes.
¡Y todos somos unos tetudos que si no obedecemos ni cantamos sus himnos estaremos condenados al infierno!
Aparecieron, de inmediato, en la tele hedionda de esa misma tarde, más embajadores de Altamira señalando plazos y exigiendo nombres calmadores. "Y que sea pronto", dijeron con la sangre en el ojo. Y en el canal 2 las caras eran como si la franja de Gaza se hubiera liberado.
Humala, que se animó a la medianoche a hablarle a la gen¬te que lo había elegido, eludió el enfrentamiento y dio un discurso de candidato.
Pero en las siguientes horas le dijo a la CNN que nadie debe preocuparse porque nada, en el fondo, cambiará. Faltó que dijera, como curita franciscano: "Lo que sobre, se repartirá". En ese mismo momento, un mayordomo de García llamado José Vargas dijo, mandado por el amo, que a Fujimori hay que soltarlo ya. Cuando se le preguntó a Humala al respecto, su respues¬ta vino de la horchata y ni siquiera reflejó un punto de vista moral sobre asunto tan grave.
Lo que el Apra quiere es que la bancada fujimorista defienda al Caco Mayor en el Congreso. Si para eso le piden que libere a Fujimori, pues lo hará. Con una ventaja colateral: con su capo en la calle, el fujimorismo tendrá el ánimo y la soberbia suficientes como para lanzarse, de inmediato, a la yugular del nuevo gobierno.
A lo largo de las siguientes horas después del triunfo, Gana Perú se convirtió en una filial de las boticas Arcán¬gel. ¿Tiene usted temor? Pues ahí va su Rivotril. ¿Le inquietan las dudas de Mariella Balbi? Aquí están sus Xanax, dos al día. ¿Padece por el futu¬ro de la exploración petrolera? Pues aquí tiene su Lexotán.
Proliferan entonces los masajes verbales, los mejunjes de la abuela, las agüitas de berro, el guarapo se¬dante, el Tarot de la Chichi y el tecito de coca para el soroche de la tran¬sición.
Yo creí que Humala había gana¬do las elecciones. ¿Era un espejismo cuando vi a la señora Keiko Fujimo¬ri felicitarlo? Y cuando la ONPE lo proclame oficialmente, ¿estaremos soñando?
Porque la imagen que da ofre¬ciendo, contrito y casi avergonzado, tantas explicaciones y garantías de que aquí no ha pasado nada es la de un presidente electo secuestra¬do por el poder económico y chan¬tajeado brutalmente por el perio¬dismo, que primero ayuda a crear el terror financiero y luego hace preguntas sobre el terror financie¬ro. Y de tanto decir que no ha pa¬sado nada, lo más probable es que no pase nada. Porque el lenguaje, como siempre, tiene cualidades proféticas.
Llegar al poder para incumplir promesas es una especialidad de Fujimori y Alan García. No vaya a ser que los intereses del gobierno de facto (minero-corporativo-estadounidense) vuelvan a convertir la esperanza de un cambio tranquilo y en paz en un nuevo episodio de decepción y rabia.
Humala se ha comprometido con nuevas reglas de juego. Nadie espera de él una revolución que nos lleve a la anarquía y a la respuesta fascista. Nadie espera de él una turbamulta como la que anhelaba Rospigliosi cuan¬do matriculó su rabia en la ultraizquierda. Nadie quiere aquí a comunistas que jamás criticaron a Castro ni a Stalin y que se tragaron el sapo de las satrapías del Pacto de Varsovia. Pero, caramba, millones de peruanos —la mayoría— esperan que con Humala, por lo pronto, los miedos, los egoísmos y la avaricia sin límites de la dere¬cha neanderthal del Perú no sigan imponiéndose como la agenda del futuro.
Que Humala deje de oír los susurros de los asustados. A lo que hay que temerle de verdad es a la posibilidad de mentirle a la gente que confió en él y que está segura de que este no será el gobierno de Graña Montero, El Comercio y míster Chlimper.
Escribe César Hildebrandt
En el país de las maravillas, donde el relojero siempre da la misma hora y el sombrerero no es loco sino bobo, los ganadores dan explicaciones y los perdedores las exigen. Y la reina de la bara¬ja, disfrazada de Cecilia Blume, continúa, impertérrita, su reinado de terror.
Gana Humala y lo primero que hace canal 4 es llamar a PPK, ese lobista sin vergüenza alguna, a que dictamine. Y durante 45 minutos PPK decide que el miedo se instalará entre nosotros, que la Bolsa —esa santa entidad que muchas veces, sin embargo, guarece a especuladores súbitos y pendejos a lo Bernard Madoff— bajará hasta el segundo subsótano y que viviremos por un buen tiempo caminando por la cornisa de un edificio zarandeado por el viento de Chicago.
¿Así? ¿De verdad? ¡Qué miedo! En¬tonces la señora que hace de mami¬ta del sistema y el señor que hace de guachimán de Buenaventura le pre¬guntan a PPK qué hacer. Y entonces este lobista dos veces derrotado, este sujeto que Alan García inventó para que Toledo no se vengara investigán¬dolo, este operador de la política en¬tendida como negocio, da su veredic¬to imparcial.
"Que Humala dé muestras de con¬fianza", dice.
Y la señora y el señor, que odian a Humala tanto como aman su propia e inmóvil servidumbre, acatan, aplau¬den, repreguntan y azuzan.
En suma: Humala debe decirnos qué va a hacer con el BCR —como si con el Banco Central se pudiera hacer algo que no esté contemplado por la ley que, felizmente, lo blinda—, qué hará con el Estado —como si con el Estado se pudiera hacer algo más que fortalecerlo después de que los liberales lo han masa¬crado hasta casi desaparecerlo—, y además, quién será su primer minis¬tro, quién se hará cargo de economía, quién del comercio exterior, en qué manos estará la Sunat —no vayan a usarla como arma política, dicen los ladrones del fujimorismo, los que crearon "el RUC sensible" y el maletín delivey—, y qué se hará con la mine¬ría, pobrecita, que ya tiembla y suda. Y agregan que Humala tiene que ju¬rar que "el sistema" no será tocado, porque si no los capitales se irán y las inversiones nos dirán adiosito desde la ventana de un jet privado.
O sea, lo de siempre: que la derecha gana cuando gana y la derecha gana cuando pierde. Y su arma de des¬trucción masiva es el miedo: gana cuando ha asustado lo suficiente y, cuando pierde, infunde tal pavor al adversario que termina por incorporarlo a sus filas y a sus programas preservantes.
¡Y todos somos unos tetudos que si no obedecemos ni cantamos sus himnos estaremos condenados al infierno!
Aparecieron, de inmediato, en la tele hedionda de esa misma tarde, más embajadores de Altamira señalando plazos y exigiendo nombres calmadores. "Y que sea pronto", dijeron con la sangre en el ojo. Y en el canal 2 las caras eran como si la franja de Gaza se hubiera liberado.
Humala, que se animó a la medianoche a hablarle a la gen¬te que lo había elegido, eludió el enfrentamiento y dio un discurso de candidato.
Pero en las siguientes horas le dijo a la CNN que nadie debe preocuparse porque nada, en el fondo, cambiará. Faltó que dijera, como curita franciscano: "Lo que sobre, se repartirá". En ese mismo momento, un mayordomo de García llamado José Vargas dijo, mandado por el amo, que a Fujimori hay que soltarlo ya. Cuando se le preguntó a Humala al respecto, su respues¬ta vino de la horchata y ni siquiera reflejó un punto de vista moral sobre asunto tan grave.
Lo que el Apra quiere es que la bancada fujimorista defienda al Caco Mayor en el Congreso. Si para eso le piden que libere a Fujimori, pues lo hará. Con una ventaja colateral: con su capo en la calle, el fujimorismo tendrá el ánimo y la soberbia suficientes como para lanzarse, de inmediato, a la yugular del nuevo gobierno.
A lo largo de las siguientes horas después del triunfo, Gana Perú se convirtió en una filial de las boticas Arcán¬gel. ¿Tiene usted temor? Pues ahí va su Rivotril. ¿Le inquietan las dudas de Mariella Balbi? Aquí están sus Xanax, dos al día. ¿Padece por el futu¬ro de la exploración petrolera? Pues aquí tiene su Lexotán.
Proliferan entonces los masajes verbales, los mejunjes de la abuela, las agüitas de berro, el guarapo se¬dante, el Tarot de la Chichi y el tecito de coca para el soroche de la tran¬sición.
Yo creí que Humala había gana¬do las elecciones. ¿Era un espejismo cuando vi a la señora Keiko Fujimo¬ri felicitarlo? Y cuando la ONPE lo proclame oficialmente, ¿estaremos soñando?
Porque la imagen que da ofre¬ciendo, contrito y casi avergonzado, tantas explicaciones y garantías de que aquí no ha pasado nada es la de un presidente electo secuestra¬do por el poder económico y chan¬tajeado brutalmente por el perio¬dismo, que primero ayuda a crear el terror financiero y luego hace preguntas sobre el terror financie¬ro. Y de tanto decir que no ha pa¬sado nada, lo más probable es que no pase nada. Porque el lenguaje, como siempre, tiene cualidades proféticas.
Llegar al poder para incumplir promesas es una especialidad de Fujimori y Alan García. No vaya a ser que los intereses del gobierno de facto (minero-corporativo-estadounidense) vuelvan a convertir la esperanza de un cambio tranquilo y en paz en un nuevo episodio de decepción y rabia.
Humala se ha comprometido con nuevas reglas de juego. Nadie espera de él una revolución que nos lleve a la anarquía y a la respuesta fascista. Nadie espera de él una turbamulta como la que anhelaba Rospigliosi cuan¬do matriculó su rabia en la ultraizquierda. Nadie quiere aquí a comunistas que jamás criticaron a Castro ni a Stalin y que se tragaron el sapo de las satrapías del Pacto de Varsovia. Pero, caramba, millones de peruanos —la mayoría— esperan que con Humala, por lo pronto, los miedos, los egoísmos y la avaricia sin límites de la dere¬cha neanderthal del Perú no sigan imponiéndose como la agenda del futuro.
Que Humala deje de oír los susurros de los asustados. A lo que hay que temerle de verdad es a la posibilidad de mentirle a la gente que confió en él y que está segura de que este no será el gobierno de Graña Montero, El Comercio y míster Chlimper.
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