LIBERTAD PARA EL CINISMO
Los empresarios de El Comercio, que acaban de despedir a periodistas de Canal N porque se negaban a sumarse a la guerra sucia contra Ollanta Humala, se erigen ayer editorialmente en defensores de la libertad de prensa y de expresión, y hasta formulan una pregunta que en su página resulta casi cómica: “¿Respetamos a quienes piensan distinto de nosotros, que no comparten nuestra postura política o ideología?”
Si respondieran con sinceridad, tendrían que decir que no. Para confirmarlo podrían acudir Patricia Montero, productora general, y José Jara, conductor de un noticiero, de Canal N, que fueron lanzados a la calle por quienes no toleran que alguien se niegue a convertir el periodismo en el más vil de los oficios, en beneficio de la candidata que fue –y es– beneficiaria de un régimen que saqueó las arcas fiscales, asesinó a inocentes, organizó masacres y robó miles de millones de dólares del producto de las privatizaciones.
El Comercio toma como pretexto para su discurso “libertario” la agresión que sufrió el periodista Jaime de Althaus de Canal N. El ataque fue cometido “por hordas desbocadas al parecer cercanas al humalismo”, según la acusación sin pruebas del diario.
Condenamos, por supuesto, la agresión contra De Althaus. Hasta podemos suponer, también sin pruebas, que en el hecho reprobable intervino una mano provocadora.
De Althaus es, ya se sabe, el más enconado defensor del neoliberalismo en la televisión. Su programa se distingue por un rasgo inédito: se inicia con un sermón de cinco a ocho minutos, y consiste en entrevistar a personas que piensan igual que él, y que a veces son sus socios en negocios privados, como Gonzalo Prialé y Pablo Bustamante. Rara vez invita a un discrepante; cuando lo hace, suele interrumpirlo a gritos. Es defensor de la política antilaboral que introdujo Alberto Fujimori. Sabida es su peregrina tesis de que para crear más empleo hay que rebajar aún más los derechos de los trabajadores.
Las ideas de De Althaus merecen rechazo. Pero las piedras no son un argumento. Pueden, más bien, brindar argumentos a la furia reaccionaria.
En su edición dominical, en la misma página de su editorial, El Comercio publica la columna que Mario Vargas Llosa escribe para El País de Madrid y que se difunde en diversas naciones. Vargas Llosa se enfrenta, en primer término, al inquisitorial arzobispo de Lima Juan Luis Cipriani, quien alega que nunca declaró que los derechos humanos sean una cojudez, sino que la Coordinadora de derechos humanos era una cojudez.
Pero el fondo del texto es: hay que apoyar a Ollanta Humala, que se compromete a una política sin extremismos, y no a quien representa el autoritarismo, la corrupción y el crimen. En todo caso, habrá que vigilar para que Humala cumpla con su compromiso.
Los empresarios de El Comercio, que acaban de despedir a periodistas de Canal N porque se negaban a sumarse a la guerra sucia contra Ollanta Humala, se erigen ayer editorialmente en defensores de la libertad de prensa y de expresión, y hasta formulan una pregunta que en su página resulta casi cómica: “¿Respetamos a quienes piensan distinto de nosotros, que no comparten nuestra postura política o ideología?”
Si respondieran con sinceridad, tendrían que decir que no. Para confirmarlo podrían acudir Patricia Montero, productora general, y José Jara, conductor de un noticiero, de Canal N, que fueron lanzados a la calle por quienes no toleran que alguien se niegue a convertir el periodismo en el más vil de los oficios, en beneficio de la candidata que fue –y es– beneficiaria de un régimen que saqueó las arcas fiscales, asesinó a inocentes, organizó masacres y robó miles de millones de dólares del producto de las privatizaciones.
El Comercio toma como pretexto para su discurso “libertario” la agresión que sufrió el periodista Jaime de Althaus de Canal N. El ataque fue cometido “por hordas desbocadas al parecer cercanas al humalismo”, según la acusación sin pruebas del diario.
Condenamos, por supuesto, la agresión contra De Althaus. Hasta podemos suponer, también sin pruebas, que en el hecho reprobable intervino una mano provocadora.
De Althaus es, ya se sabe, el más enconado defensor del neoliberalismo en la televisión. Su programa se distingue por un rasgo inédito: se inicia con un sermón de cinco a ocho minutos, y consiste en entrevistar a personas que piensan igual que él, y que a veces son sus socios en negocios privados, como Gonzalo Prialé y Pablo Bustamante. Rara vez invita a un discrepante; cuando lo hace, suele interrumpirlo a gritos. Es defensor de la política antilaboral que introdujo Alberto Fujimori. Sabida es su peregrina tesis de que para crear más empleo hay que rebajar aún más los derechos de los trabajadores.
Las ideas de De Althaus merecen rechazo. Pero las piedras no son un argumento. Pueden, más bien, brindar argumentos a la furia reaccionaria.
En su edición dominical, en la misma página de su editorial, El Comercio publica la columna que Mario Vargas Llosa escribe para El País de Madrid y que se difunde en diversas naciones. Vargas Llosa se enfrenta, en primer término, al inquisitorial arzobispo de Lima Juan Luis Cipriani, quien alega que nunca declaró que los derechos humanos sean una cojudez, sino que la Coordinadora de derechos humanos era una cojudez.
Pero el fondo del texto es: hay que apoyar a Ollanta Humala, que se compromete a una política sin extremismos, y no a quien representa el autoritarismo, la corrupción y el crimen. En todo caso, habrá que vigilar para que Humala cumpla con su compromiso.
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