INDOCUMENTADOS EN EE.UU. TOMAN LAS CALLES Y LUCHAN POR SUS DERECHOS
ESTOS CIUDADANOS SIN PAPELES SUFREN DE DISTINTAS MANERAS, ES MÁS COMPLICADO IR A LA UNIVERSIDAD O CONSEGUIR UN TRABAJO
Desde California hasta Georgia y Nueva York, los hijos de familias que residen ilegalmente en Estados Unidos “se destapan”. Desfilan tras carteles con lemas como “indocumentados y sin miedo”, protagonizan sentadas en oficinas federales y son arrestados frente al Capitolio de Alabama, a tribunales federales de inmigración y a centros de detención en el condado de Maricopa, Arizona, donde trabaja el alguacil Joe Arpaio, famoso por sus redadas en busca de extranjeros sin papeles.
Al “destapar” a sus familias y al hacerlo ellos, saben que pueden ser deportados. Empero, y pese a que los estados aprueban leyes cada vez más severas contra la inmigración ilegal y los detractores tildan a sus padres de delincuentes, estos jóvenes sostienen que no les queda otra alternativa.
Incluso personas que ven su causa con benevolencia sostienen que el gobierno federal no ha logrado garantizar la inviolabilidad de las fronteras estadounidenses y que es demasiado costoso brindar enseñanza, cuidados médicos y otros servicios públicos a los extranjeros que están en el país ilegalmente. Afirman que concederles la ciudadanía porque eran niños cuando entraron ilegalmente en el país premia a los padres que violaron la ley.
Con todo, algunos jóvenes se “destapan” públicamente para describir su situación. Hay miles de historias. Entre ellos figuran Mandeep Chahal, una estudiante de medicina de 21 años que llegó a California procedente de la India cuando tenía 6 años. César Andrade, un estudiante de 19 años y profesor de tenis en Nueva York que llegó de Ecuador cuando tenía 8. Y Heyra Avila, de 16 años y asentado en Florence, Kenctuky, cuyos padres mexicanos consideraron que fuera adoptada para que pudieran residir legalmente.
Dicen que se sienten estadounidenses por más que residan ilegalmente en el país. “Destaparse fue como quitarse un peso de encima”, dijo Angy Rivera, de 21 años y residente en Nueva York, aunque nacida en Colombia y que llegó con su madre cuando tenía 3 años. “Fue una liberación. No tenía que mentir ya sobre mi vida”.
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