martes, 28 de diciembre de 2010

EMPEZÓ DESDE PEQUEÑO A GANARSE LA VIDA Y HOY ESTÁ CONVERTIDO EN TODO UN EMPRESARIO

UNA HISTORIA TRAS UNA ESPERANZA
Conocí a Elías Vargas, hace algunos años atrás. Por entonces, laboraba este servidor en una conocida emisora de la zona. Él, un jovencito de apenas trece años, buscaba que ganarse la vida para ayudar a su madre. Viniendo de un hogar humilde, le enseñaron que no había más que tener optimismo y fe en si mismo para salir adelante.
Llegó al Arizona restaurant de propiedad de José Arata Sánchez (por entonces) allá por el año 1,989. Comenzó a trabajar de ayudante. Se encargaba de pelar las papas y el viejo cortador de aluminio que poseía el propietario, eran parte de su trabajo diario, sentado sobre un saco de papas, acomodaba una amplia tina en donde uno a uno los cubos largos, caían sobre ella, hasta completar uffff, una vasta cantidad que asegure la atención por la noche.
Por entonces, el restaurant estaba ubicado en la esquina del Jirón El Carmen con 28 de Julio, frente a la plaza de Armas, en Imperial. Lavar los pollos, aderezarlos era de rutina en la labor de Elías. Entendía que si se tenía que divertir, ya habría tiempo para ello, primero, era ganarse los frejoles y salir adelante, ayudar a su madre y luchar por un lugar en la vida.
No fue sino hasta dos años después de ser el ayudante, el pelador, el pasador, en que se convierte en hornero. Sus deseos de aprender y de ir ascendiendo en el trabajo, hicieron posible ello.
Elías, se esforzaba y demostraba responsabilidad. Fiel al trabajo, solo pensaba en cumplirlo, después de todo, tenía un buen jefe y no había que defraudar.
Pero, como todo joven, un día pensó que tenía que buscar otros horizontes y simplemente renunció al trabajo. Había ahorrado algún fondo y pensó que podía disfrutar su juventud.
En efecto así lo hizo. Ayudaba a su madre en algunas tareas del hogar o del campo, buscaba que salir a la ciudad y de pronto hacer cosas que le satisfacían en lo personal, hasta que un día de esos en que el destino te señala un camino, encontróse con Ana María Arata Sánchez, quien ya regentaba el Arizona y se echó a trabajar de nuevo.
Los pollos a la brasa, los broaster´s, eran parte de todo lo suyo, conocía la forma de hacerlo de memoria, los aderezos, la preparación de las ensaladas y el aliño. Todo eso, hizo posible que tuviera un lugar especial en el restaurante. Laboraba desde las dos de la tarde hasta muy entrada la noche. Obvio, hasta acabarse los pollos. Unas veces hasta las diez, otras a las once y raras veces a las doce. Eso le generó una idea, el tiempo pasab inexorable y había que ir fijando otras posiciones en la sociedad y formar parte de una familia. Se casó a los veinte años con Luisa Salazar. Al poco tiempo, adquirió una mototaxi de segunda y luego de culminar en el Arizona, salía a “pilotear su nave” hasta que el cuerpo resista. Algunas veces cuando habían eventos sociales, en algunos locales: El Paladar, Ñañón y otros, se amanecía haciendo sus “taxis”…
La familia iba creciendo y su deseo de seguir avanzando, hicieron que vendiera su mototaxi de segunda y adquiriera una nueva. Siguió con la rutina y tratando de alcanzar otros sueños y hacerlos realidad.
En el 2,002, pensó en abrir un local, juntó una cantidad de dinero y cuando comenzó a buscar un local para poner una pollería, el monto que había reunido solo le alcanzaba para el alquiler del establecimiento. Desistió, pues e había pasado ocho meses buscando un local.
Había que sacrificarse más.
Su esposa compartía la idea y lo alentaba, le decía que no cejara en su intento. No fue sino hasta cuatro años después de ese intento que se le ocurrió que podía hacer algo en su casa.
Así fue.
Decidió vender pollo al cilindro, poniéndole su propia receta. Le tocó la puerta a sus familiares y amigos. Iba de casa en casa, ofreciendo sus pollos y así “colocó” un total de veinticinco. Dejó todo preparado e indicado. Con su familia, su esposa y todo listo. Los pollos aderezados, el cilindro, todo. El se fue a trabajar, cuando regresó ya se había terminado. Aquella vez setenta pollos fueron vendidos.
El asentamiento humano Primavera, colindante con Asunción 8, le demostró que si se podía, que si podía tocar el cielo con las manos, que la esperanza se convierte en sueño y esta se hace realidad.
Repitió aquello un 24 de diciembre, esta vez fueron doscientos y el éxito se alcanzó.
Los días pasan. Elías vende su mototaxi y ya no eran uno ni dos, eran cuatro hijos. Había que salir adelante. La prueba se había pasado. Sí se podía lograr el triunfo.
Catorce años después de haber estado trabajando en el Arizona Restaurant, casado y con una creciente familia, intena dar el salto. Se sacrifica duramente para juntar fondos. La lucha. Sabe que todo exige un sacrificio para salir airoso. Y, así lo pensó, así lo hizo.
Buscó un local y lo consiguió. Lo encontró. Trabajó poco a poco en su remodelación. Le puso el toque necesario. Ubicó un moderno horno y personal selecto. Abrió un 5 de diciembre de 2,008. «El Mordisco» abría sus puertas en la Calle San Agustín, en San Vicente, capital de la provincia, para deleitar a los comensales que se daban cita. Un éxito.
La gente comenzó a a acercarse por la sazón y la buena atención. El espacio ganado le iba brindado el rédito a este joven empresario. No había duda. Si hacía años se impuso un reto, tomándose unos vinitos con su esposa y pensó como una premonición el nombre de su pollería, muchos años después lo consiguió.
Un premio al esfuerzo y a la dedicación.
El 11 de Setiembre del 2,009 abrió “Ermis” en honor a su hijo mayor, en la calle dos de mayo (también en San Vicente) ahí la oferta creció. Comida criolla, menú ejecutivo y platos extras desde el mediodía y por la noche broaster´s y pollos a la brasa.
Habría que señalar que «Ermis» lleva ese nombre no solo porque así se llama su primogénito, sino por la ayuda que generosamente le brinda su hijo y por sus logros alcanzados en el estudio, pues con 15 años, ya ingresó a la escuela de oficiales de la Fuerza Aérea del Perú. Y, eso hay que celebrarlo.
Esa es la historia de Elías Vargas Vicente. Un emprendedor. Un hombre que nació con una estrella. Aquella que guía el paso de los que nunca se arredran. De los que no se dejan vencer por el infortunio.
Al lado de su esposa Luisa Salazar, quien administra el Ermis y junto a sus hijos, escriben cada día un nuevo capítulo en el devenir del progreso personal y familiar. Un ejemplo digno de imitar.

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