¿QUIÉN DEMOCRATIZA A LOS DEMOCRATIZADORES?
Los dirigentes políticos tienen que asumir el enorme reto de modernizar y devolverle organicidad, prestigio y eficacia a los partidos, que recurrentemente son objeto de escarnio y críticas, a veces con razón.
Efectivamente, hasta ahora ninguno de los principales partidos ha definido qué modalidad usarán para implementar elecciones internas y elegir a sus candidatos, es decir si serán primarias abiertas o cerradas.
Recordar esto es fundamental porque, aunque el plazo para ese requerimiento vence el 20 de diciembre, lo usual es que se deje todo para última hora o, peor aún, que se salten a la garrocha este importante paso, como ha sucedido en las recientes elecciones municipales y regionales, escudados tanto en la profusión de candidaturas cuanto en las ineficiencias y vacíos del sistema electoral.
¿Qué consecuencias tendría ahora la reiteración de este incumplimiento por parte los movimientos políticos? La principal es que se seguiría burlando y debilitando escandalosamente al sistema democrático, que dicen defender. Y es que, ¿cómo podrían fortalecer la democracia institucional quienes no practican la democracia siquiera en su propia casa?
Peor aún, el riesgo concomitante es que se perpetúen las prácticas caudillistas, por las cuales son los mismos y eternos dirigentes los que eligen a dedo a sus candidatos y sucesores, con lo que sofocan todo esfuerzo de renovación y alternancia democrática interna. Esto, a su vez, afecta no solo la convocatoria de nuevos ciudadanos y afiliados, sino también la formación de cuadros técnicos necesarios para que un partido se postule como una alternativa de gobierno.
No todo queda allí: es a partir de este desencanto con los partidos que se crea el nefasto caldo de cultivo del cual se aprovechan ladinamente los advenedizos de última hora (‘outsiders’) que se presentan con discursos mesiánicos, atacando a los partidos ‘tradicionales’ y prometiendo solucionarlo todo. Sin embargo, como lo ha demostrado la historia reciente, resultan siendo peor que todo lo anterior, pues gobiernan de modo autoritario, arrasan con las pocas instituciones del sistema democrático y terminan embarrados en el lodo de la corrupción y empobreciéndonos todavía más.
¿Qué hacer? Según los especialistas, las normas sobre democracia interna son relativamente recientes, pues datan del 2003. Sin embargo, no se puede seguir siendo tan contemplativos con los incumplimientos, lo que puede devenir en un círculo vicioso que nos condenaría a continuar conviviendo con el caudillismo y la informalidad política.
Las elecciones generales de abril del 2011 constituyen una prueba de fuego. Por su propio bien, y por el interés nacional, los partidos políticos tienen que imponerse plazos y modalidades para hacer de la democracia interna un procedimiento de impecable rutina. En tanto, los organismos del sistema electoral deben, a su vez, prestar todo el apoyo y la asesoría técnica y normativa para obligar a los partidos a hacer elecciones internas y sancionar severamente cualquier incumplimiento
Los dirigentes políticos tienen que asumir el enorme reto de modernizar y devolverle organicidad, prestigio y eficacia a los partidos, que recurrentemente son objeto de escarnio y críticas, a veces con razón.
Efectivamente, hasta ahora ninguno de los principales partidos ha definido qué modalidad usarán para implementar elecciones internas y elegir a sus candidatos, es decir si serán primarias abiertas o cerradas.
Recordar esto es fundamental porque, aunque el plazo para ese requerimiento vence el 20 de diciembre, lo usual es que se deje todo para última hora o, peor aún, que se salten a la garrocha este importante paso, como ha sucedido en las recientes elecciones municipales y regionales, escudados tanto en la profusión de candidaturas cuanto en las ineficiencias y vacíos del sistema electoral.
¿Qué consecuencias tendría ahora la reiteración de este incumplimiento por parte los movimientos políticos? La principal es que se seguiría burlando y debilitando escandalosamente al sistema democrático, que dicen defender. Y es que, ¿cómo podrían fortalecer la democracia institucional quienes no practican la democracia siquiera en su propia casa?
Peor aún, el riesgo concomitante es que se perpetúen las prácticas caudillistas, por las cuales son los mismos y eternos dirigentes los que eligen a dedo a sus candidatos y sucesores, con lo que sofocan todo esfuerzo de renovación y alternancia democrática interna. Esto, a su vez, afecta no solo la convocatoria de nuevos ciudadanos y afiliados, sino también la formación de cuadros técnicos necesarios para que un partido se postule como una alternativa de gobierno.
No todo queda allí: es a partir de este desencanto con los partidos que se crea el nefasto caldo de cultivo del cual se aprovechan ladinamente los advenedizos de última hora (‘outsiders’) que se presentan con discursos mesiánicos, atacando a los partidos ‘tradicionales’ y prometiendo solucionarlo todo. Sin embargo, como lo ha demostrado la historia reciente, resultan siendo peor que todo lo anterior, pues gobiernan de modo autoritario, arrasan con las pocas instituciones del sistema democrático y terminan embarrados en el lodo de la corrupción y empobreciéndonos todavía más.
¿Qué hacer? Según los especialistas, las normas sobre democracia interna son relativamente recientes, pues datan del 2003. Sin embargo, no se puede seguir siendo tan contemplativos con los incumplimientos, lo que puede devenir en un círculo vicioso que nos condenaría a continuar conviviendo con el caudillismo y la informalidad política.
Las elecciones generales de abril del 2011 constituyen una prueba de fuego. Por su propio bien, y por el interés nacional, los partidos políticos tienen que imponerse plazos y modalidades para hacer de la democracia interna un procedimiento de impecable rutina. En tanto, los organismos del sistema electoral deben, a su vez, prestar todo el apoyo y la asesoría técnica y normativa para obligar a los partidos a hacer elecciones internas y sancionar severamente cualquier incumplimiento
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