EN EL DÍA DEL PSICÓLOGO
El 30 de abril, se celebra en el Perú el día del Psicólogo, fecha propicia para reflexionar sobre el por qué y el para qué de nuestra noble profesión y cuál está siendo nuestro real aporte al desarrollo de nuestra colectividad o por lo menos al cuidado de su salud mental.
Quizá sea oportuno replantear nuestra misión profesional para con la sociedad cambiante de hoy, pues a pesar que cada año egresan más profesionales de la psicología, no se está logrando mitigar los índices de deterioro de la salud mental, y muy por el contrario, éstos se están incrementando a grados alarmantes.
Y es que el número de profesionales es sólo uno de los tantos factores para afrontar esta calamitosa y compleja situación. Sin embargo, para ello el rol del psicólogo es clave. Ya la OMS prevé que para la próxima década serán el estrés y la depresión, los trastornos que causen mayor disvalía, con los costos y dolor que estos conllevan.
Factores propios de la transculturación globalizante y la influencia de la corrupción afectan directamente a nuestros plásticos cerebros, ya que si no están suficientemente educados, a éstos no les queda otra que asimilar dócilmente el diario bombardeo de mensajes subliminales que nuestra sociedad nos impregna vía la prensa chatarra que ya no tiene desparpajo para promocionar programas aberrantes. Mientras ello acontece, el Estado invierte un exiguo presupuesto destinado a la educación y a la salud mental pública.
Las sinapsis de nuestros cerebros, especialmente el de los jóvenes de hoy, están hiperestimulados de violencia, pragmatismo irreflexivo y vacíos códigos de convivencia, llegando a prácticas sociales años atrás inimaginables como el grado de violencia criminal que hoy campea en nuestro querido Trujillo, otrora apacible ciudad y capital de la Cultura.
Dada estas circunstancias, la pregunta oportuna es: ¿Qué lado es el más poderoso y dinámico para el estado de salud mental de nuestra población: el esfuerzo educativo de unos pocos, o la contracultura imperante?
Considero que, en la medida en que se perciba al cliente como un ente en el cual se deba aplicar una u otra técnica (tradicional o de vanguardia) en aras del prestigio profesional y económico, estaremos limitando nuestro ejercicio profesional a una utilización tecnocrática, sin la menor cuota conceptual y ética que hoy la sociedad demanda, ya que se afianza la deuda elevadísima con nuestra futuras generaciones, a quienes le estamos legando no sólo un planeta contaminado hasta el tuétano, sino también una sociedad casi canibalizada en medio de tan venerado avance científico y tecnológico.
Como especie nos encontramos sumidos en una Era de disponer de todos los medios jamás antes imaginados, y la vez la absoluta orfandad y carencia de fines que nos direccionen en aquello que cada uno de nosotros anhelamos, como bien sonaba la canción de Ramazzotti hace algunos años: “Ser Humano es lo que quiero ser”. Y por ello, regresar a las fuentes ancestrales en la búsqueda de la quietud y el contacto con uno mismo, como ya lo hicieran las culturas milenarias, es hoy en día, un camino que debemos volver a transitar con más frecuencia.
Cuando decidí estudiar esta hermosa carrera, creía que sería suficiente la buena voluntad y la vocación de servicio. Ahora comprendo que, en lo complejo del ser (y de la sociedad), construir Salud Mental, es una misión ardua, compleja y de enorme necesidad estratégica para el desarrollo de nuestra Sociedad. Por ello mi afecto y grato reconocimiento a todos aquellos profesionales que hacen de esta carrera, una de las más altruistas, valiosas y bellas.
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