MARIO BUNGE:
"ME QUEDAN MUCHOS PROBLEMAS POR RESOLVER, NO TENGO TIEMPO DE MORIRME"
El filósofo, físico y humanista Mario Bunge
(Buenos Aires, 1919) defiende el pensamiento científico como arma para conocer
y mejorar el mundo; sueña con construir una “sociedad de socios”, justa y
democrática; y arremete contra el posmodernismo, “la filosofía de los
ignorantes, reaccionarios e inmorales”. Todo esto, con tal energía y lucidez
que hace olvidar que tiene 95 años.
En Ciencia, técnica y
desarrollo, su última obra, defiende que la ciencia y la técnica son los
motores de la sociedad moderna. ¿Ciencia y política van de la mano?
Sí, pero cuidado: yo no creo, como creía
Foucault, que la ciencia sea un arma política. Los científicos no se proponen
alcanzar el poder, sino conocer. Politizar la ciencia es distorsionarla. A mí
me interesa la política en parte porque mi padre era médico y político, en
parte porque me impactó mucho la gran depresión que empezó en 1929 y, además,
porque viví casi toda mi vida en Argentina bajo dictaduras militares.
Me refiero a la
dimensión política de la ciencia como herramienta para mejorar el mundo.
Eso sí, la ciencia y la técnica servirán para
mejorar el mundo si los dirigentes y sus asesores se dan cuenta de que la
política debe utilizar los resultados de la investigación. Esto es, que en
lugar de improvisar al calor de las elecciones, estudien seriamente los
problemas demográficos, económicos, culturales y sanitarios de la sociedad para
proponer soluciones constructivas.
Pero los científicos
normalmente no se meten en política...
Hay científicos de dos tipos: naturales y
sociales. Un físico no tiene nada que decir como especialista científico acerca
de la sociedad. En cambio, un politólogo, un historiador, un demógrafo, un
epidemiólogo, un educador o un jurista tienen mucho que decir. En medicina
social hay trabajos interesantes en los que basar políticas sanitarias, como el
experimento Whitehall, un estudio en Inglaterra sobre el estado de salud de los
empleados públicos, que tienen todos el mismo acceso al sistema sanitario. El
primero de estos estudios, que duró 30 años, demostró que los jefes viven más y
mejor que sus subordinados; en otras palabras, la subordinación enferma.
Una de las
conclusiones era que el estrés afecta más al empleado de bajo rango e
insatisfecho que a su jefe...
Así es. Antes se creía que el ejercicio del
poder causaba úlceras, y no es así. Es al revés. La sumisión causa úlceras. El
subordinado, al no participar en las decisiones sobre su propio trabajo, se
siente inferior y, de hecho, lo es. Esto tiene una repercusión desfavorable
sobre su salud.
Cuando habla usted de
ciencias sociales o económicas, ¿realmente cree que son ciencias?
No, en la actualidad son semiciencias porque
están dominadas por ideologías. Además algunas ignoran lo esencial. La teoría
microeconómica que se enseña en las facultades ignora la producción, da por sentado
que las mercancías están ahí listas para ser consumidas. Ignora las crisis
económicas. Enfoca su atención en el equilibrio, que se da cuando el consumo
iguala a la oferta, pero es un caso muy particular que no se cumple en las
crisis. Tratan de explicar un desequilibrio con la teoría del equilibrio.
¿Y la sociología como
ciencia tiene algo que aportar a la crisis?
Mucho. La sociología, la economía y la
política se deberían unir y la ciencia social debería ser una en lugar de
dividirse en departamentos que no se hablan entre sí. Tampoco debería
organizarse en escuelas de pensamiento, que es una división puramente
ideológica. Necesitamos mejores teorías económicas y sociológicas para dar con
la verdad.
¿Usted cree que
existe la verdad?
Sí, claro. Es verdad que usted está sentada a
mi lado, no es imaginación mía. La verdad no es una construcción social como
pretenden los posmodernos. Existe la verdad objetiva y sin ella no podríamos
vivir ni una hora. Sabemos que este hotel existe independientemente de que
nosotros lo percibamos o no. Pero la verdad no se alcanza de inmediato, sino
con la experiencia y haciendo investigación. La totalidad de los posmodernistas
niegan la verdad. Incluso dicen que hay que liberarse de la tiranía de la
verdad; en otras palabras, hay que dar rienda suelta a la especulación, lo que,
a mi modo de ver, es inmoral, es suicida y es dar un paso atrás. Son
reaccionarios.
Desde su punto de
vista de filósofo científico, ¿cuál es la alternativa al sistema actual para
lograr una mayor justicia social?
Una sociedad de socios. Una sociedad
socialista auténtica, que no sería más que una ampliación de la democracia
política. Igualdad de sexos, de razas y de grupos étnicos; una democracia
económica alcanzable mediante las cooperativas; una democracia política, con
acceso al poder por medios limpios, sin cabildeos que trabajen en función de
los intereses particulares. Y una democracia cultural, con educación para
todos. El movimiento hacia la democracia integral nació en el momento en el que
la educación se hizo universal. Esa es una medida socialista, como la sanidad
pública gratuita, de final del siglo XIX.
Entonces no son ideas
tan revolucionarias ni novedosas…
No, pero hay que insistir en que no basta la
democracia política porque, cuando no hay igualdad, los más poderosos acumulan
más poder. Los revolucionarios franceses tuvieron razón: "Libertad,
igualdad y fraternidad". No eran libertarios, ni igualitarios ni
comunitarios, juntaban las tres consignas. Yo añadiría una cuarta: competencia.
El Estado moderno no puede quedar en manos de aficionados.
En las carreras de
ciencias no se estudia filosofía. ¿Es una carencia?
Sí, está mal. Yo siempre he propuesto que los
alumnos de ciencias sigan una materia de epistemología, lo malo es que los
profesores de epistemología no suelen saber ciencia y los alumnos de ciencias
no los respetan mucho.
¿Y por qué las
ciencias se separan de las humanidades, si también forman parte de la cultura
humana?
La visión idealista de la ciencia es que hay
ciencias sociales y naturales, sin solapamiento entre las dos. Esa idea fue
defendida sistemáticamente por Wilhelm Dilthey, que no sabía que décadas antes
ya habían nacido ciencias mixtas como la demografía, la epidemiología y la
medicina social. Es una cuestión de ignorancia nada más.
Y de hecho, la
ciencia moderna es multidisciplinar...
Los problemas gordos, sobre todo los
sociales, exigen un enfoque multidisciplinar porque son poliédricos. El
problema de la educación no se resuelve si al mismo tiempo no se resuelven los problemas
de la desigualdad y la atención médica.
Eso también sucede en
ciencias naturales: para estudiar el cerebro humano hace falta neurólogos,
psicólogos, biólogos, sociólogos...
Sí, de hecho es la vía que se está siguiendo
en la psicología científica. Las neurociencias cognitivas tienen en cuenta el
ambiente social, saben que el cerebro de un chico que crece en un ambiente
culturalmente pobre no se desarrolla igual de bien. Mi hija se dedica a eso, a
la psicología del desarrollo.
¿Qué gran logro de la
ciencia le gustaría ver?
Ya lo están logrando: la comprensión de los
procesos mentales gracias a la fusión de la psicología con la neurociencia.
Usted dice que su
vejez empezó a los 90 años y que por eso ha bajado su ritmo de producción
intelectual. ¿Sigue escribiendo?
Sí, estoy adaptando mis memorias al inglés.
Van a publicarse en castellano. Además, escribo artículos.
Tiene cuatro hijos,
dos argentinos y dos canadienses. ¿Todos se dedican a la ciencia?
No, solamente dos: el físico que trabaja en
México y la neurocientífica cognitiva, profesora en Berkeley. Mi segundo hijo
enseñaba matemáticas en la universidad, pero ya se jubiló, antes que yo. El
otro es el arquitecto, que trabaja en Nueva York.
as conversaciones en
las cenas familiares deben de ser muy estimulantes...
Pocas veces nos juntamos los cuatro, pero
estamos en contacto permanente. Mi hija y yo tenemos un intercambio muy intenso
intelectualmente. Anoche, por ejemplo, me mandó un artículo sobre la crisis de
la educación en medicina.
¿Y ella está de
acuerdo con su visión de la ciencia?
Sí. Mire, una mañana lluviosa, hace ya muchos
años, en la Costa Brava, ella estaba a punto de terminar la escuela intermedia
entre el bachillerato y la universidad, y le pregunté: "¿finalmente has
decidido a qué dedicarte?". Me dijo "sí, a la neurociencia
cognitiva". Yo le había estado lavando el cerebro durante años, de modo
que fue muy placentero para mí. [Risas].
Hay pocas personas de
95 años que conserven una capacidad intelectual como la suya. ¿Es herencia
genética o cómo lo ha hecho?
Los Bunge no son longevos. No, es simplemente
curiosidad. Hay una cantidad de problemas enorme que todavía no he resuelto y
sigo trabajando en ellos. No tengo tiempo de morirme.
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